Brasil vive una nueva era. Por segunda vez en la historia, la selección más laureada del mundo tendrá al mando a un técnico extranjero. Carlo Ancelotti, multicampeón de Europa y arquitecto de equipos ganadores, es ahora el encargado de devolverle la identidad ganadora a la Canarinha.
La decisión no es menor. Brasil, un país futbolizado hasta la médula, tardó décadas en romper la tradición y admitir que ningún técnico local ha logrado encaminar con éxito los últimos procesos eliminatorios. La Confederación Brasileña de Fútbol, tras múltiples cuestionamientos y fracasos, ha optado por mirar hacia afuera. La elección de Ancelotti habla por sí sola: necesitaban un cambio. Y rápido.
Pero no será sencillo. Ancelotti debutará en un entorno completamente distinto al que domina. Las selecciones nacionales no son clubes. No hay tiempo para entrenar, no hay semanas de concentración. Hay días. Y con suerte. Además, en el caso de Brasil, hablamos de un “continente futbolístico” donde la mayoría de sus estrellas juega en Europa, lo que reduce aún más las posibilidades de cohesionar un grupo.
Una de las primeras exigencias de Ancelotti fue clara: “No aceptaré imposiciones. Las convocatorias son exclusivamente mías.” Esta cláusula, incorporada desde antes de firmar su contrato, apunta directamente a uno de los males endémicos del fútbol brasileño: la injerencia dirigencial en las convocatorias. Ancelotti sabe que, si quiere ganar, necesita libertad total. Y la pidió desde el primer día.
El panorama que recibe no es alentador. Aunque Brasil ha inyectado millones en su liga, muchos jugadores han preferido quedarse en casa en lugar de competir en el máximo nivel europeo. Eso ha creado una zona de confort: están en su país, ganan bien, y no sienten la presión de emigrar jóvenes como en el pasado. El resultado: menos roce internacional, menos exigencia, menos crecimiento.
El contraste con generaciones anteriores es evidente. Neymar, por ejemplo, antes de llegar a Europa, ya había jugado y brillado en Copa Libertadores. Jugadores como Casemiro, Willian, Coutinho, y Óscar salieron formados y curtidos. Hoy, talentos como Vitor Roque o Endrick hacen el salto directamente a Europa sin haber pasado por grandes citas continentales. El nivel técnico está, pero la experiencia de alto nivel es más escasa.
Entonces, ¿puede Ancelotti cambiar la historia? Puede. Pero no será automático. Brasil tiene talento, tiene recursos, pero ha perdido el hábito de competir al más alto nivel colectivo. El reto del técnico italiano será doble: reconstruir una mentalidad ganadora y blindarse ante la política interna del fútbol brasileño.
Queda por ver si la apuesta por Ancelotti es el primer paso hacia una reconstrucción profunda o solo un parche de lujo para un problema más estructural.