La Cancha – Podcast Deportivo
Episodio 002 – La Verdad del Draft NFL Que Nadie Te Cuenta
Duración: 1h 16min
Conducción: Miguel Ángel Cuadra (@mcuadra05)
Panel: Henry Rivera
Fecha de publicación: 30 de abril de 2025
Formato: Conversación – Análisis profundo
Tema central: El Draft de la NFL como fenómeno deportivo, económico y cultural
Producción: La Cancha Media
Cada año, el Draft de la NFL genera titulares, reacciones apasionadas, y una sensación de renovación para las 32 franquicias que integran la liga. Pero detrás del espectáculo televisado y los nombres anunciados con fanfarria, se esconde uno de los mecanismos más complejos y cerrados del deporte profesional: un sistema que selecciona más por perfil que por talento, más por viabilidad que por estadísticas, y que, en el fondo, revela cómo funciona realmente la maquinaria de la NFL.
Ser un atleta excepcional en el fútbol universitario no garantiza nada. A lo sumo, abre una puerta que será cruzada únicamente por quienes, además de destacar en el campo, encajan en la visión estratégica de una franquicia. La NFL no busca a los más espectaculares, sino a los más funcionales.
Los equipos cuentan con departamentos completos de scouting, análisis psicológico, estudios de antecedentes y proyecciones físicas. Se evalúan virtudes y limitantes, liderazgo y madurez, historial de lesiones, adaptabilidad al sistema, e incluso cómo el jugador maneja las redes sociales. El talento es apenas una variable más en una ecuación mucho más compleja.
Más de 100 universidades compiten en la primera división del fútbol americano NCAA. Cada una con al menos 55 jugadores activos. Sin embargo, solo 257 son seleccionados en el Draft. Esto representa una tasa de aceptación inferior al 2%. Pero incluso esta cifra es engañosa: ser seleccionado no garantiza tener un lugar fijo en la NFL. Muchos serán relegados al equipo de práctica, otros no pasarán el corte final.
La diferencia entre ser seleccionado o no puede depender de elementos tan intangibles como la actitud durante una entrevista o el resultado de una prueba de personalidad. La NFL no solo selecciona jugadores: selecciona activos estratégicos. Quienes no entran por el Draft pueden acceder a través de la vía de los undrafted free agents, pero lo hacen con menos dinero, menos exposición y más obstáculos.
A diferencia del fútbol mundial, donde los equipos ascienden y descienden por méritos deportivos, la NFL opera bajo un modelo cerrado de franquicias. No existe el ascenso. No hay castigo estructural por malos resultados. Solo se reordena el turno de selección para la siguiente temporada, premiando con mejores posiciones en el Draft a los peores equipos del año anterior.
Esto genera un entorno autorregulado donde la lógica deportiva se ve subordinada a la lógica empresarial. En muchos casos, el éxito de una franquicia no depende del cuerpo técnico ni del talento de sus jugadores, sino de la capacidad organizativa y la visión de sus propietarios. Dueños que, en ocasiones, ejercen control directo sobre decisiones deportivas, imponiendo criterios personales sobre las recomendaciones de los expertos.
Con la implementación del programa NIL (Name, Image and Likeness), los atletas universitarios pueden ahora recibir compensaciones económicas por el uso de su imagen. Este cambio ha transformado el deporte universitario en una industria paralela. Universidades como Duke, Alabama o USC ahora compiten con presupuestos destinados a “fichar” jugadores con promesas de contratos de patrocinio y visibilidad mediática.
El caso de Cooper Flagg, quien podría convertirse en el primer pick del Draft de la NBA, es emblemático. En su primer año en Duke, podría generar más ingresos que muchas estrellas profesionales del baloncesto femenino. Mientras tanto, figuras como Caitlin Clark, elegida número uno en el Draft WNBA, apenas perciben salarios cercanos a los 90 mil dólares anuales. La desigualdad de género se multiplica en este nuevo escenario.
A diferencia de la NFL, la NBA permite que los jugadores se postulen al Draft después de un solo año universitario, mientras que en la MLB es posible firmar desde la secundaria. En el béisbol, los jugadores pueden desarrollarse en ligas menores antes de llegar a la élite. En el fútbol americano, eso no existe: hay un solo camino, largo y exigente, que obliga al atleta a completar al menos tres años de college antes de ser elegible.
Esto convierte al sistema NFL en uno de los más estrictos y controlados del deporte profesional. Obliga a los atletas a mantenerse dentro del carril universitario durante su etapa más productiva, mientras sus nombres generan ingresos para universidades y medios.
Varios proyectos han intentado construir ligas alternativas. Desde la extinta XFL, impulsada por Vince McMahon, hasta la más reciente USFL con Dwayne «The Rock» Johnson como rostro visible, el objetivo ha sido ofrecer una alternativa o un complemento a la NFL. Pero todas han fracasado en un punto: no han logrado disputar ni la audiencia, ni la fidelidad del fanático, ni la estructura institucional que la NFL ha perfeccionado por décadas.
Aunque algunas propuestas, como la USL en el fútbol, apuestan por implementar sistemas de ascenso y descenso inspirados en el modelo europeo, aún están lejos de alcanzar el poder de convocatoria, infraestructura y patrocinio que la NFL controla con puño de hierro.
Hay quienes afirman que asistir a un partido universitario en Estados Unidos ofrece una experiencia más auténtica, más vibrante, más humana que la NFL. La conexión entre el jugador y la comunidad, el orgullo institucional, las rivalidades históricas, todo construye una atmósfera que, en muchos casos, supera en intensidad a la liga profesional.
Pero esa intensidad no siempre es recompensada. Muchos jugadores que emocionan a decenas de miles en estadios universitarios terminan sin contrato, sin Draft, sin camino claro al profesionalismo. El sistema selecciona con frialdad. No basta con emocionar: hay que encajar.
El Draft, en última instancia, es la formalización de una lógica que rige a todo el deporte estadounidense: eficiencia por encima de justicia, estructura por encima de emoción, viabilidad económica por encima de meritocracia. No se trata solo de quién lanza mejor o corre más rápido. Se trata de quién tiene el fit, quién cumple con el perfil deseado, quién puede convertirse en un activo gestionable dentro de una maquinaria empresarial.
Este modelo ha permitido a la NFL convertirse en la liga más lucrativa del planeta. Pero también ha generado preguntas éticas y sociales que siguen sin respuesta. ¿Qué sucede con los miles que quedan fuera? ¿Qué costo humano tiene este sistema de selección? ¿Y qué le dice al fanático sobre el deporte que consume?